Ke!952 Eco es ego: salgamos ya de la prehistoria

Ke!952 Eco es ego: salgamos ya de la prehistoria

Resulta sorprendente descubrir que muchas de las cosas que pensamos ahora, y que percibimos como lo más actual, ya fueron pensadas en forma muy parecida hace muchos años. Por ejemplo, el fantástico documental After the warming de James Burke, de principios de los 90, explicaba cómo veríamos el mundo en 2050, tras la crisis que se experimentaría a principios del sXXI como consecuencia del cambio climático. El programa estaba pensado como si en 2050 se hiciera una revisión de los últimos 50 años, para ver cómo nos habíamos equivocado con el tema del cambio climático (el calentamiento global), y lo poco que habíamos hecho para resolverlo hasta que no aparecieron, hacia el 2010, los primeros impactos claros de ese cambio. Uno de los “pronósticos” que Burke hacía era que durante décadas no haríamos más que generar más y más informes, hasta que los Estados Unidos no padecieran los primeros efectos serios. Puede que ese momento ya haya llegado. Los incendios repetidos en California, los desastres crecientes debidos a los huracanes (Katrina y demás), y el precio creciente de los combustibles, parece que pueden marcar la agenda política de los próximos años, al fin.

Ruca

Pero el problema no ha hecho, en realidad, más que empezar. Es cierto que se comienza a presentar el “embrollo” climático como una “oportunidad”; este es al menos el planteamiento de la película The 11th Hour (http://wip.warnerbros.com/11thhour/), en la que se afirma que tener que resolver el problema climático incitará a movilizar las mejores mentes, tecnologías, recursos, presupuestos, y que ello generará gran riqueza (de conocimiento y de economías). De hecho, la idea tiene sentido: la transformación planetaria es una “empresa” de dimensiones gigantescas (planetarias, literalmente), que debería movilizar los mejores recursos y energías. Pero el problema subyacente es que quizás la ciencia no podrá nunca asegurar al 100% cuáles son las causas del problema, y que, por tanto, siempre quedará un gran “espacio” para la opinión. La ciencia y la política (más exactamente, las “policy” anglosajonas) tienen motores muy diferentes. Y veremos si lo que la ciencia es capaz de proponer desde la modestia de la “falsabilidad” (todo en ciencia es provisional hasta que aparezca una mejor teoría que lo explique mejor), es capaz de superar el populismo de las políticas que se anclan, fundamentalmente, en el corto plazo y/o en las doctrinas de pensamiento no científico.

Algo parecido está ocurriendo, por ejemplo, con el “debate” (guerra) entre evolucionismo (Darwin) y diseño inteligente (cuyos impulsores defienden que “algo” tuvo necesariamente que diseñar una vida tan compleja como la terrestre, porque del azar combinatorio no pudo surgir, incluso en escalas de tiempo impensablemente largas, tanta sofisticación). La ciencia dispone de mucha evidencia sobre la evolución, pero quizás nunca podrá negar totalmente la posibilidad del diseño inteligente. Pero el lado del diseño inteligente no se rige por el empirismo, sino por las creencias, por las doctrinas. Y ello crea un desequilibrio básico entre ambos contrincantes. La ciencia quiere ser honesta (aunque no siempre lo sea), y las doctrinas se dejan llevar por la voluntad de creer (la fe). Es difícil, en estas situaciones, que ambos lados se entiendan, porque precisaríamos para ello de una reedición de la mente de Tomás Aquino, el primero que en la Edad Media hizo posible la “cohabitación” de razón y fe. Edward Wilson lo ha dejado claro es su texto Creation: independientemente de cuan distintos sean los planteamientos de religión y ciencia, su objetivo común debería ser salvar el Paraíso, que no es otra cosa que nuestro planeta actual, la Tierra.

No se trata de una cuestión trivial ni estéril. Porque nos jugamos literalmente el futuro. Y aquí se introduce sutilmente otro argumento, quizás algo nuevo. No se puede construir un mejor mundo sin mejores personas. El futuro del planeta depende de personas con una misión personal que coincida con la misión común de la especie. El futuro del planeta es el futuro de cada uno de nosotros. Sin una voluntad activa de los ciudadanos del planeta no hay ni ciencia ni políticas públicas capaces de salvarnos del desastre. Lo dice Hiroshi Tasaka en su libro To the Summit: Why Should You Embrace an Ideal in Your Heart”: la misión de toda persona debe ser crecer como tal, aprovechar cada momento como un momento milagroso irrepetible (memento mori: acuérdate de que puedes morir en el próximo minuto, y que todos, absolutamente todos, moriremos). Debe mimar a los demás, para crecer conjuntamente con ellos. Y, finalmente, para comprender que, aunque somos vanos y nuestra vida es un ridículo instante en la longitud del Universo, podemos aspirar a la eternidad a través de lo que transmitimos a las siguientes generaciones. En este sentido, es curioso descubrir que la “eternidad” consiste en superar el ego (yo como placer máximo irrenunciable y solitario en el mundo, en el corto plazo) para abrazar un proyecto de especie, la conservación del planeta. No hay, pues, “eco” futuro posible sin un reenfoque del “ego”.

Tasaka nos dice en su texto que quizás la verdad es que hoy estamos en la prehistoria. Nuestro “ego” colectivo nos hace creer periódicamente que el momento que vivimos es el más avanzado posible. Y miramos el pasado como una ridícula muestra del atraso de nuestros antecesores. Pero un mundo lleno de conflictos, guerras, pobreza, miseria (moral, intelectual, económica), y de desigualdades, no es el último mundo que un cerebro capaz como el humano puede crear. Si pusiéramos toda la capacidad humana en funcionamiento, si realmente conectáramos en red las mejores mentes, en proyectos colectivos, el resultado sería seguramente espectacular. Dice el paleontólogo Eudald Carbonell, que el futuro deberá ser una “edad del pensamiento”, o simplemente no será. Y que no deberíamos hablar de desarrollo sostenible (un oximoron, quizás: no hemos sabido inventar tal cosa aun), sino de evolución responsable, porque ahora conocemos el mecanismo de la evolución, sabemos cuánto nos jugamos, y podemos saber qué pasos tomar para que la evolución que viene sea la que nos conviene, como especie, y también la que conviene al planeta. O sea, podemos finalmente actuar sobre nuestra evolución. Esa sería, opino yo, la cumbre de la “prehistoria” y el inicio de la “historia”. Tasaka opina, en este sentido, que este es el momento de trabajar por “abrir” la historia, por hacerla un proyecto colectivo.

Tenemos la mejor mente del planeta para hacerlo (quizás la mejor de la Galaxia); la humana. Los problemas del cambio climático, de una sociedad excesivamente tensada, de un modelo de vida en qué lo económico reina sobre otros discursos, es quizás la “gran ocasión” de la historia (o, coherentemente con lo dicho antes, de nuestra actual “prehistoria”). Dicen que en California ya se invierte más en energías alternativas que en telecomunicaciones. Ello muestra las oportunidades económicas que la crisis conlleva.

Pero me temo que sólo desde la economía no resolveremos el problema. Nuestra crisis es una crisis paradójica: somos cada vez más individualistas (y la red nos ayuda a serlo más: ¿no será que todo el movimiento global de redes sociales es sólo un artilugio para salvar de la tristeza de la soledad a millones de personas?), pero dependemos de todos los demás como nunca en la historia; somos red. O nos vemos como piezas con personalidad propia dentro de un puzzle que es toda la especie, o será imposible dar algo de oxígeno a nuestras posibilidades de supervivencia.

No hay futura calidad de vida si no cambiamos la actitud ante la vida. No es sólo cuestión de cambiar de combustibles. Un mundo de egos es incompatible con un futuro eco. Y sólo saldremos de la prehistoria regida por la parte reptiliana de nuestro cerebro si ponemos al control a la razón. Que, además, puede ser multiplicada hoy por la tecnología como no pudo hacerse durante la Ilustración.

Sólo espero que este invierno no vuelva a ser un invierno normal, de frío y nieves, para que no nos olvidemos de la urgencia de la enfermedad del planeta…

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